domingo, 5 de diciembre de 2010

Al pié de la enfermedad

Cuando la enfermedad mental comienza a perfilarse en algún miembro de la familia, sobrevienen varios momentos, habitualmente compartidos. En primer lugar, el minimizar o negar aquello que sale fuera de lo habitual, pensando que ya pasará, que lo que ocurre es producto de la edad o de la etapa de desarrollo del miembro afectado. Es la etapa de no poder ver lo que sucede.
Cuando esto ya no basta y la realidad de que algo no va bien con el familiar afectado se vuelve ineludible porque afecta la cotidianidad de la vida familiar, comienza el a veces largo peregrinar en busca de diagnóstico y tratamiento.
Esta etapa, a veces precipitada en una consulta a urgencias o a raíz de una hospitalización, inician una fase caracterizada por la sensación de vértigo y pesadilla, adonde no exentos de un nivel de negación importante, del tipo que compartimos todos ante situaciones difíciles como "Esto no puede estar pasándome a mí" la vida cotidiana y los hábitos se interrumpen abruptamente dando lugar a una situación de emergencia familiar que modifica ritmos, rutinas y horas de trabajo, proyectos y metas a corto y a mediano plazo.
Es la etapa de no poder creer lo que sucede.

Vienen las dudas sobre el proceso de recuperación, la sensación de pérdida y vulnerabilidad que acompaña a todo momento de enfermar, tanto a los afectados como a los seres queridos y la incertidumbre se instala borrando momentáneramente cualquier ventana de luz hacia el futuro.
Es la etapa de la lenta e intermitente toma de conciencia de lo que sucede, donde la impotencia, la rabia y el desconcierto se alternan con la tristeza, el agobio y la incertidumbre.


Son los momentos más duros para unos, los peor recordados para otros, en donde se instalan sentimientos que costará remover hacia adelante: la sensación de culpa, de haber podido hacer algo para evitar la eclosión de la enfermedad, el no haber desempeñado bien nuestro rol como hijos, comos padres, como esposos, como hermanos, se apodera de nosotros impidiéndonos a veces pensar en otras cosas.


Y luego la carrera de fondo: el aprender a vivir afrontando una enfermedad mental en un miembro de la familia. La mayoría de estos procesos se viven de una forma u otra y cuando la gravedad remite y sobreviene la calma, suelen aparecer en los familiares cuidadores una serie de trastornos relacionados con el sueño, el apetito, la falta de deseo de realizar lo que habitualmente era placentero, que comienzan a marcar el inicio a veces de una depresión reactiva a la situación que se atraviesa.

Es importante saber en esos momentos tan difíciles que no estamos solos. Existen innumerables asociaciones y agrupaciones de afectados, de ayuda mutua, de apoyo y contención, de lugar de encuentro con otras personas que han pasado o están pasando actualmente por momentos similares: no somos los únicos, hay otros en distintos momentos de este difícil camino dispuestos a echarnos un cable, a compartir, a dialogar, a escuchar.
No nos quedemos solos en estos momentos, compartir la carga que llevamos SIEMPRE la vuelve más liviana.